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Viaje

Vila Real

José Luís Peixoto presentsArthur Larrue

Arthur Larrue
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Vila Real

Por ArthurLarrue

Arthur Larrue

“Consiste en producir el relato de una estancia en Vila Real, Portugal, con objeto de evaluar las disponibilidades que ofrece esta tierra.”

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ConocerArthur Larrue

La vida de este escritor parisino, nacido en 1984, parece todo menos aburrida, dado como es a realizar movimientos arriesgados, pero al mismo tiempo desafiantes e impredecibles. Profesor de literatura francesa en San Petersburgo, Arthur Larrue fue expulsado del territorio ruso tras la publicación de su primera novela, Partir en Guerre (Allia, 2013), protagonizada por el colectivo de artistas rusos Voiná (en ruso: Война, «Guerra»). Desde entonces, ha vivido en varios países europeos, tradujo La Nariz, de Nikolái Gógol, uno de los grandes textos clásicos de la literatura universal, y ha publicado cuentos en revistas prestigiosas, como Vanity Fair, LER y La nouvelle revue française.

También ha publicado Orlov la nuit (Gallimard, 2019), una novela de detectives posmoderna que indaga en el poder de la literatura, y La Diagonal Alekhine (Alfaguara, 2022), donde nos sumerge en la controvertida trayectoria de un mítico campeón de ajedrez, uno de los mayores de todos los tiempos. Hasta la fecha, las obras de Arthur Larrue, aplaudidas por la crítica, han sido editadas en siete países, ocupando un espacio propio entre la poesía y la ficción popular.

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Para escuchar a Arthur Larrue leyendo un fragmento sobre Vila Real, del capítulo “De Nordeste a Noroeste, duro y dorado” de la obra Viaje a Portugal, de José Saramago.

Arthur Larrue

Por José Saramago

Viaje a Portugal

De Nordeste a Noroeste, duro y dorado
Casa Grande


Vila Real no es una ciudad afortunada. Tendrá con todo el viajero que explicarse mejor si no quiere provocar las iras de sus naturales, tan inmerecidamente desacreditados con estas palabras. Realmente, ¿qué se puede decir de una tierra que tiene, a naciente, Mateus; a poniente, el Marão; al sur, el valle del Corgo, y el otro, paralelo, por donde no corre río de agua pero fluye dulzor de viñas? Viajero que ahí se encuentre, por fuerza ha de andar distraído pensando en lo que tan cerca tiene. Y hay aún otro motivo especial, que está al norte, llamándolo: “¡Ven! ¡Ven!”, y tan imperiosa es la llamada que el viajero, al despertar, se pone de repente nerviosísimo, le entra gran prisa, y en dos saltos está ya en la escalera. (…)

A pocos kilómetros de Vila Real esta Vilarinho de Samardã. Tienen que perdonarle al viajero estas flaquezas: venir de tan lejos, tener a mano cosas tan ilustres como un palacio viejo, dos valles, cada cual, con su belleza, y correr alborozado a dos pobres aldeas, solo porque por allí anduvo y vivió Camilo Castelo Branco. Unos van a La Meca, otros a Jerusalén, muchos a Fátima; el viajero va a Samardã. Por esta carretera siguió, a caballo o de tartana, el loco de Camilo siendo joven. En Vilarinho pasó, con sus palabras, “los primeros y únicos felices años de su juventud”, y en Samardã se dio el señalado caso del lobo que resistió cinco tiros y acabó comiéndose la mitad de la oveja que faltaba. Son episodios de vidas y libros, razón más que suficiente para que el viajero se lance a la busca de la casa de Vilarinho, preguntando a unas mujeres que estaban en la alberca, y ellas indican más allá. (…)

(…)

Vuelve el viajero a Vila Real, y, ahora, sí, cumplirá el ritual. Lo primero será Mateus, el palacio del mayorazgo. Antes de entrar, hay que pasear por este jardín sin ninguna prisa. Por muchos y valiosos que sean los teso¬ ros de dentro, soberbios seríamos si despreciáramos los de fuera, estos árboles que del espectro solar solo han descuidado el azul, que lo dejan para uso del cielo; aquí están todos los matices del verde, del amarillo, del rojo, del castaño, rozando incluso las franjas del violeta. Son las artes del otoño, este frescor bajo los pies, esta 1naravillosa alegría de los ojos, y los lagos que la reflejan y multiplican. De repente, el viajero cree haber caído dentro de un caleidoscopio, viajero en el País de las Maravillas.

Vuelve en si mirando de frente al palacio. Es una belleza maltratada en rótulos de botellas de un vino sin espíritu, pero que, por gracia de Nasoni, su arquitecto, se mantiene intacta. Cosas así no se describen, y, si es cierto que el viajero resulta sensible a las simplicidades románicas, es capaz también de no caer en tozudeces. Por eso no se resiste ante esta gracia cortesana, ante el golpe de genio que es la ocupación del espacio superior por unos pináculos a primera vista desproporcionados. El patio parece encogido, y esta es la primera señal de la intimidad interior. Las grandes losas de gra11ito resuenan, el viajero siente allí el mismo misterio de las casas de los hombres. Alla dentro esta lo que espera: el cuadro, el mueble, la estatua, el grabado, cierta atmósfera de sacristía galante luchando contra las poderosas erudiciones de la biblioteca - Aquí están las planchas de los grabados originales de Fragonard y de Gerard para la edición de Os·Lusíadas, y, quien sea fácil de satisfacer en materia de arrobos patrios, encontrara autógrafos de Talleyrand, Metternich, Wellington, también de Alejandro, zar de las Rusias, todos agradeciendo el agasajo del libro que no sabían leer. Con todo el respeto, el viajero cree que lo mejor de Mateus es aún Nicolau Nasoni.

(…)

Fácilmente se comprende que el viajero se deje mecer por los recuerdos de su propia infancia, pasada en otras tierras, y de esa distracción despierta en las alturas de Lobrigos: pasmado una vez más ante los viñedos, sin duda es ésta la octava maravilla del mundo. Pasa Santa Marta de Penaguião, Cumeeira hasta Parada de Cunhos, y ahí, dándole la espalda al río Corgo, se enfrenta con el Marão. Parece la seca enunciación de un itinerario, y es, el contrario, un gran paso en la vida del viajero. Atravesar la sierra de Marão es algo que puede hacer cualquiera, pero, cuando se sabe que Marão significa Casa Grande, las cosas ganan su aspecto verdadero, y el viajero sabe que no va sólo a atravesar una sierra, sino a entrar en una casa.
¿Qué hace cualquier visitante al entrar? Se quita el sombrero, si lo usa, baja ligeramente la cabeza, si la lleva al descubierto, da en fin debidas muestras de respeto. Este viajero se convierte en visitante, y entra, con el alma ya convenientemente lavada tal como en la esterilla se limpian los pies. El Marão no es la aguda cima, el peñasco vertiginoso, un desafío para alpinistas. Queda ya dicho que es una casa, y las casas son para que en ellas vivan hombres. Ahora, todo el mundo puede subir. ¿Podrá hacerlo realmente? Los montes se suceden, cubren el horizonte, o lo desgarran para que podamos ver otro monte aún mayor, y son redondos, enormes dorsos de animales tumbados al sol y para siempre inmóviles. En los profundos valles se oye el rumor del agua, y de las laderas, por todos lados, caen torrentes que luego acompañan a la carretera en busca de una salida hacia el nivel bajo, de escalón en escalón, hasta caer de lo alto o mansamente desembocar en la corriente principal, que es sólo afluente de afluente, aguas que tanto pueden ir a dar al Corgo, que quedó allá atrás, como al Duero, muy al sur, como al Támega, que espera al viajero.

(...) Atravesar la sierra de Marão, desde Vila Real a Amarante, debería ser otra imposición cívica, como pagar los impuestos o inscribir a los hijos en el registro. Enraizado en el Duero, el Marão es tronco tendido de un gran árbol de piedra que se prolonga hasta el Alto Minho y entra por Galicia adentro: se refuerza en Falperra, y se abre, monte sobre monte, por Barroso y Larouco, por Cabreira y Gerês, hasta Peneda, en los altos de Lindoso y de Castro Laboreiro.


La guarida del lobo manso

(…)

(…) Por estas salas anduvo un lobo, esto no es casa de gente campesina y común. Y el viajero tiene que disfrazar y ocultar los ojos sentimentales, así les llamaría quien aquí no vino, pero entenderá mejor si recuerda que Marão es Casa Grande y entrar aquí es lo mismo que estar en el monte más alto de la sierra, recibiendo todo el viento de cara y mirando desde arriba los valles profundos y negros. Teixeira de Pascoaes no es de los más preferidos poetas del viajero, pero lo que lo conmueve es esta casa de hombre, este lecho mínimo como el de San Francisco de Asís, esta rusticidad de eremitorio, la lata de galletas para el hambre de las horas muertas, la tosca mesa de los versos. Todos dejamos en el mundo lo que en el mundo creamos. Teixeira de Pascoaes habría merecido llevarse consigo esta otra creación suya: la casa en que vivió.

(…)

(…) El viajero avanza por los matorrales, tiene que encontrar la mina de oro, la fuente milagrosa, y cuando ya empezaba a lanzar plagas e imprecaciones (bien está lo que haga en este escenario inquietante) ve ante él el dolmen, el primero, medio soterrado, con el sombrero redondo asentado sobre las rosas verticales, de las que sólo las puntas se ven. Es como una fortificación abandonada. El viajero de da la vuelta, ahí está el corredor, y allá dentro la cámara, espaciosa, más alto el conjunto de lo que parecía desde fuera, tanto que el viajero no tiene que inclinarse, y de bajo no tiene nada. No hay límites para el silencio. Bajo estas piedras el viajero se retira del mundo. Va hasta la prehistoria, cinco mil anõs hace, qué hombres habrán levantado a fuerza de brazos esta pasadísima losa desbastada y perfeccionada como una clave de bóveda, y qué hablas se hablarían debajo de ella, qué muertos fueron aquí enterrados. El viajero se sienta en el suelo arenoso, coge entre dos dedos un tierno tallo que nació junto a una de la losas e, inclinando la cabeza, oye, en fin, su proprio corazón.»

Notas delViajante

“(...) No he vuelto a ver a Znosko-Borovsky desde que empezó “su vida real en Vila Real”

Vila Real

Vila Real

“Znosko-Borovsky (el poeta vivo y no el famoso ajedrecista fallecido en 1954) suspiró y seguidamente se dispuso a abrir el buzón de correo, resignado. Al hacerlo, los sobres desbordaron el casillero, desparramándose por el suelo. Todos remitidos por instituciones bancarias, judiciales o estatales. En su totalidad, fruto último de incomprensibles y lejanas maniobras cuyos efectos criminales debería verificar algún día, pensó estremeciéndose. En el punto en que se encontraba Znosko-Borovsky, a juzgar por los probables avisos de exclusión que indicaban los sellos de los oficiales de justicia, esta confrontación podía esperar. Contaba con algún tiempo: una semana, tal vez dos, ciertamente no más.

Apenas vestía una tanga indonesia y una camiseta no demasiado limpia. Sus pies descalzos también estaban sucios, aunque recubiertos de un polvo noble. En los últimos tiempos, la principal ocupación del poeta Znosko-Borovsky era el cultivo de un huerto de autoconsumo, en las afueras de un suburbio cuyo nombre resulta innecesario citar para entender esta historia. Gastaba barba poblada, el pelo largo y unas pequeñas gafas de acero cuyas patillas a menudo estaban torcidas. Znosko-Borovsky había publicado algunos poemas en escogidas publicaciones confidenciales. En todo el mundo lo admirábamos un centenar de personas, lo que es una enormidad.

Acababa de fijarse en el único sobre escrito a mano.

Rompió la solapa sin miramientos y liberó la siguiente carta:

Estimado Sr. Znosko-Borovsky:
Consiste en producir el relato de una estancia en Vila Real, Portugal, con objeto de evaluar las disponibilidades que ofrece esta tierra. En efecto, señor, se trata de no dar la espalda al abismo, de no enterrarse en un refugio antiatómico, con miras a reunir los elementos de una vida plena y orgullosa, es decir, de liberarse y afrontar.
O C. A. C.
Comité del Anarca Contemporáneo

P.D.: Por supuesto, será bien remunerado y también transportado y alojado cómodamente. Se espera su acuerdo de principios en la dirección de correo electrónico indicada (ver más abajo). Tan pronto como nos lo remita, nos ocuparemos de lo necesario para su desplazamiento.

P.P.D.: Prevea lo estrictamente imprescindible. Cuanto menos se tiene, más se obtiene.

Miró a su alrededor, como si, pensándose víctima de un timo, esperara descubrir al autor o autores de esta extraña carta mientras lo observaban escondidos detrás de alguno de los setos de boj del vecindario. No había nadie, a no ser algunos coches aparcados y el verde silencio de la tarde en una urbanización de las afueras, a una hora en que los ejecutivos que la habitaban todavía se encontraban en sus lugares de trabajo. Znosko-Borovsky entró en su casa, dejando los demás sobres en el suelo. Rebuscó en su biblioteca, procurando encontrar alguna mención a Vila Real. Hojeó las páginas del Viaje a Portugal de José Saramago, y gracias a él supo de la figura de un riquísimo burgués y bibliófilo que vivió a fines del siglo XVIII, cuyos descendientes llegarían un día a tener el título de condes de Vila Real, que aún hoy ostentan, y son los felices propietarios de la sublime Casa de Mateus. Dicho individuo tomó la iniciativa de ofrecer a todos los reyes del mundo un ejemplar de Os Lusíadas en su versión original, magníficamente encuadernado, para conjurar el Apocalipsis, o sea, la llegada del Anticristo: el Emperador Napoleón. ¿No sentía Znosko-Borovsky una especie de Apocalipsis tan grande como Napoleón creciendo a su alrededor y rodeándolo? ¿No sabía, él también, lo que los libros eran capaces de exorcizar?

Znosko-Borovsky quería ver adónde lo llevaba esto.
A Vila Real, claro. ¿Pero dónde?
Así que respondió “sí”. La respuesta le llegó en un minuto.
Mañana, frente a su casa, al amanecer. Saldremos.

*

No he vuelto a ver a Znosko-Borovsky desde que empezó “su vida real en Vila Real”. Lo que sé de su exfiltración, a expensas de este extraño comité, no es más detallado que lo que me él mismo me contó, es decir, más o menos lo aquí descrito. No sé qué esconde esto. Tampoco quiero saberlo. Znosko-Borovsky me envía regularmente serenos poemas, casi nipones, que son, en esencia, instantáneas de su vida cotidiana en esta encantadora ciudad de tamaño medio situada en el norte de Portugal, “donde, por definición, todo es real” (cit.): Znosko -Borovsky come bacalao real y pasteles con forma de crestas de gallo que son, de hecho, las coronas de los reyes entre los gallináceos. Znosko-Borovsky está apasionado por la numismática, más precisamente por los perfiles de los emperadores romanos reproducidos en el anverso (cara). Znosko-Borovsky se siente más feliz que un rey. Znosko-Borovsky escribe de ello como un rey.”
Arthur Larrue

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Al llenar los pulmones, sentimos la mezcla sutil de estos arbustos silvestres, viene infundida en el aire, en ese frescor que ha tocado el agua limpia, escurre desde la cima de la montaña, pasa por caminos guiados por diques, se dirige hacia el valle, con prisa de llegar a él. Seguro que este aire también tocó el cielo, es inmenso este cielo.
Todo eso, aire, paisaje, habita los rincones de la aldea. Caminamos entre hórreos, a lo largo de cercas de piedras apiladas, frente a casas de granito, nos cruzamos con gente que nos saluda, que nos ve. Esas personas están trabajando, llevan vacas imponentes, cargan leña sobre sus cabezas, ellos también forman parte de esta naturaleza.”

José Luís Peixoto

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Biblioteca Municipal de Vila Real

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Gastronomía

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