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Lagos

José Luís Peixoto invitaMaaza Mengiste

Maaza Mengiste
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Lagos

Por Maaza Mengiste

Maaza Mengiste

“Porque a todos los que pregunten después, les hablarás como yo de la asombrosa belleza de Lagos y de sus inquietantes fantasmas. Y cómo este viaje es, de hecho, un encuentro con lo eterno.”

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No debemos ser otra cosa que lo que somos”, escribió Maaza Mengiste en Beneath The Lion's Gaze, elegido por The Guardian como uno de los diez mejores libros africanos de la actualidad. Nacida en Addis Abeba (Etiopía), ha buscado sus raíces para trazar el mapa de sus territorios y fronteras, y la presencia digna de su cuerpo ante las adversidades externas e internas.
Con su libro El rey en la sombra fue finalista del Premio Booker y de Los Ángeles Times Book Prize for Fiction en 2020, Maaza Mengiste se ha consolidado como uno de los nombres contemporáneos más importantes de la literatura internacional; el libro también fue mencionado por Salman Rushie, que lo describió como “una novela brillante, que eleva líricamente la historia hacia el mito”.
Autora del mundo, ha vivido en países tan diversos como Nigeria, Estados Unidos y Alemania. Además de ser fotógrafa analógica, también mantiene el Proyecto 3541, un archivo fotográfico de la presencia italiana en el África Oriental de los años 30 y 40. Es profesora de inglés en la Universidad de Wesleyan. Su trabajo ha sido publicado en revistas como New Yorker, Granta, Esquire, Rolling Stone y New York Times. Su obra está actualmente traducida al portugués, español, sueco, francés, alemán, italiano, rumano, turco, finlandés, ruso, árabe y holandés, entre otros idiomas.

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Para escuchar a Maaza Mengiste leyendo un fragmento sobre Lagos, del capítulo “De Algarve y sol, pan seco y pan tierno” del la obra Viaje a Portugal, de José Saramago.

Maaza Mengiste

Por Saramago

Viaje a Portugal

Of the Algarve, Sun, Dry Bread and Soft Bread
El portugués, tal cual se calla


«(…) el Algarve está lleno de una toponimia extraña que sólo por convenciones o imposición centralizadora se dirá portuguesa. Es el caso de Budens y el de Odiáxere, y también el de Bensafrim, por donde pasará el viajero, y el de Odelouca, que es un río que está ahí delante, de Porches, Boliqueime y Paderne, de Nexe y Odeleite, de Quelfes y Dogueno, de Laborato y Lotão, de Giões y Clarines, de Gilvrazino y de Benafrim. Pero este nuevo viaje (ir de origen en origen, buscando raíces y transformaciones hasta tornar la memoria antigua en necesidad de hoy) no lo va a hacer el viajero: para esto se requerirían saberes y experiencia particulares, no este simple mirar y ver, pararse y caminar, reflexionar y decir.

La iglesia de Estômbar, vista por fuera, parece una catedral en miniatura, algo así como si hubiéramos reducido la iglesia de Alcobaça para que cupiera en una plaza de aldea. Sólo por eso ya sería fascinante. Pero tiene excelentes azulejos setecentistas, y, sobre todo, ah, sobre todo, dos columnas esculpidas para las que no hay, que sepa el viajero, comparación en Portugal. Cabría suponer incluso que fueron hechas en lejanas tierras y traídas hasta aquí. Hay (y perdónesele al viajero la fantasía) un aire polinésico en esta preocupación por no dejar ninguna superficie vacía, y los ornamentos de inspiración vegetal reproducen, o parecen reproducir estilizadamente, tipos de plantas que solemos llamar grasas. No se reconoce en es tas columnas la flora indígena. Verdad es que la base representa un calabrote (elemento quinientista), verdad es que las figuras aparecen con instrumentos musicales de la misma época, pero se mantiene la impresión de extrañeza que causa el conjunto. Lo peor para esta tesis es que el material de las columnas es gres de la región. En todo caso, podría tratarse de un artista venido de otros parajes, sabe Dios de dónde. En fin, que resuelva quien pueda este pequeño enigma, si no está descifrado ya, como ciertamente lo fue, en su tiempo, el topónimo Estômbar.

Se llega a Portimão por el puente que atraviesa el río Arade, si es que en este estuario aún se le justifica el nombre, pues estas aguas son mucho más del mar que avanza y retrocede entre la Praia da Rocha y la Ponta do Altar que de aquél y otros pequeños cursos de agua que vienen de la sierra de Monchique o de la Carapinha y convergen aquí. El viajero fue a la iglesia parroquial y la encontró cerrada. No le molestó demasiado: en definitiva, lo mejor que hay en ella está a la vista, y es el pórtico, cuya arquivolta exterior presenta figuras de guerreros, cosa que, no siendo rara en este siglo XIV que a veces hizo de iglesias fortalezas, tiene aquí la nota insólita de juntar hombres y mujeres en aparato militar y ropa de armas. (...)

La vieja Lacóbriga, romana antepasada de Lagos, quedaba en el monte Molião. Ahora bien, un Metelo, partidario de Sula, que se había hecho cargo del gobierno de la Hispania Ulterior (es decir, de estas tierras de por aquí, para quien estaba en las de allá), decidió cercar Lacóbriga y rendirla por sed, pues había en ella un único pozo, sin duda no muy generoso. Sertorio acudió, enviando con hombres suyos dos mil odres de agua, y como Metelo mandara como refuerzo del cerco a un tal Aquino con seis mil hombres, les salió Sertorio al camino y logró desbaratarlos.

A Lagos vino también don Sebastião, rey de Portugal y de estos Algarves. Allí en las murallas hay una ventana manuelina desde la que, según reza la tradición, providencia de narradores cuando faltan pruebas y documentos, asistió a una misa campal antes de su partida hacia Alcazarquivir, donde cayó él y cayó la independencia de la patria. (...)

Lagos tiene un mercado de esclavos, pero no parece gustarle que se sepa. Es una espe-cie de alpende, en la plaza de la República, unos cuantos pilares que soportan el piso: allí se hacía el negocio de a ver quién paga más en la subasta por este café domado o por esta negra núbil y de buenos pechos. Si llevaban collares al cuello, no se conserva traza de ellos. Cuando el viajero fue al mercado, no lo reconoció. Servía de depósito de materiales de construcción y estacionamiento de motocicletas, lavándose así, con señales de los tiempos nuevos, las manchas de los antiguos. Si el viajero tuviera autoridad en Lagos, mandaría poner aquí unas cadenas, un estrado para la exhibición del ganado humano, y tal vez una estatua: teniendo allí mismo la del infante don Enrique, que del tráfico se benefició, no quedaría mal la mercancía.

Para calmar estas acedías, fue al fin a la iglesia de San Antonio de Lagos. Por fuera, no vale nada: cantería lisa, hornacina vacía, óculo bordeado de conchas, escudo de aparato. Pero, allá dentro, después de tantos y en definitiva fatigosos retablos de talla dorada, después de tanta madera labrada en volutas, palmas, hojas, racimos y pámpanos, después de tantos angelitos con papada, más rollizos de lo que la decencia admite, después de tantas qui meras y carátulas, justo era que el viajero volviera a encontrar todo eso, resumido e hiperbolizado en cuatro paredes, pero ahora, por el propio exceso, engrandecido. En la iglesia de San Antonio de Lagos los maestros entalladores perdieron la cabeza: ¡aquí está todo cuanto inventó el barroco. No siempre es perfecta la ejecución, no siempre es seguro el gusto, pero hasta estos errores ayudan a la eficacia del efecto: los ojos tienen dónde detenerse, surge la crítica, pero no tardan en dejarse arrastrar en la ronda que el viajero diría, y con perdón, endemoniada. Si no fuera por la edificante serie de paneles sobre la vida; de San Antonio, atribuidos al pintor Rasquinho, setecentista, de Loulé, podrían manifestarse serias dudas sobre los méritos de las oraciones dichas en este lugar, con tantas solicitudes alrededor, y mundanas las más de ellas.

El techo de madera, en bóveda de cañón corrido, está pintado con una osada perspectiva que prolonga las paredes en la vertical, simulando columnas de mármol, ventanas encristaladas y, en fin, en su lugar material, pero con apariencia de estar mucho más distante, la bóveda, fingida en piedra. En los rincones, acechando por encima del balcón, los cuatro evangelistas miran con desconfianza al viajero. Encima, como despegado del techo, planeando, está el escudo nacional, tal como lo definía el siglo XVII. Éste es el reino del artificio, del parecer. Pero, y lo declara muy sinceramente el viajero, todo esto está muy bien hecho y resiste la prueba del nueve de las geometrías. ¿Quién pintó el techo? No se sabe.

De aquí se pasa al museo, si no se ha preterido la entrada propia. Tiene Lagos buenas colecciones de arqueología, didácticamente dispuestas, desde el paleolítico hasta la época romana. El viajero apreció particularmente el material expuesto de la época ibérica: un casco de bronce, una estatuilla de hueso, piezas de cerámica, y mucho más. La estatuilla es de configuración rara: una de las manos subida al pecho, la otra en el sexo, no es posible saber si se trata de una representación masculina o femenina. Pero lo que apetece ver con calma es la sección etnográfica. Dedicada esencialmente a la artesanía regional, con una buena muestra de instrumentos de trabajo, en especial del trabajo del campo, y presentando algunas miniaturas de carros, barcas, pertrechos de pesca, una nia, esta parte del museo llega incluso a representar, conservados en frascos, algunos fenómenos teratológicos: un gato con dos cabezas, un cabrito con seis piernas, y otras cosas igualmente perturbadoras para la conciencia de nuestra integridad y perfección. Pero tiene este museo de Lagos el mejor guía o guarda que hay en el mundo (¿será el director que, por modestia, como el de Faro, no lo ha dicho?), y de esto puede dar fe el viajero, que estando en contemplación ante este encaje de bolillos o este trabajo en corcho, o ante este maniquí vestido como es de rigor, oye, murmurada por encima del hombro, la explicación, con una coletilla repetida una y otra vez: “El pueblo”. Expliquémonos mejor. Imagínense que el viajero está observando un objeto de mimbre, exacto de forma al servicio de su función. El guarda se aproxima entonces y dice: “Cesto para pescado”. Una pausa mínima. Luego, como quien dice el nombre del autor de la obra, añade: “El pueblo”. No hay duda. Casi al final de su viaje, el viajero ha venido a oír en Lagos la palabra final.

Allá dentro, en mineralogía, numismática, historia local (con el foro otorgado por don Manuel), banderas, imágenes, paramentos, hay mucho que ver. El viajero distingue, por ser obra rigurosamente admirable, el díptico quinientista atribuido a Francisco de Campos, y que representa la Anunciación y la Presentación. Hay varias razones para ir a Lagos: ésta puede ser una de ellas. (...)

Pero el viajero tiene que volver a casa. No podría avanzar más. Desde aquí al mar son cincuenta metros en vertical. Las olas baten allá abajo contra los cantiles. Nada se oye. Es como un sueño.

El viajero vuelve al caminho

No es verdad. El viaje no acaba nunca. Sólo los viajeros acaban. E incluso éstos pueden prolongarse en memoria, en recuerdo, en relatos. Cuando el viajero se sentó en la arena de la playa y dijo: “No hay nada más que ver”, sabía que no era así. El fin de un viaje es sólo el inicio de otro. Hay que ver lo que no se ha visto, ver otra vez lo que ya se vio, ver en primavera lo que se había visto en verano, ver de día lo que se vio de noche, con el sol lo que antes se vio bajo la lluvia, ver la siembra verdeante, el fruto maduro, la piedra que ha cambiado de lugar, la sombra que aquí no estaba. Hay que volver a los pasos ya dados, para repetirlos y para trazar caminos nuevos a su lado. Hay que comenzar de nuevo el viaje. Siempre. El viajero vuelve al camino.»

Notas delViajante

“Lagos es una ciudad de soñadores. Situada de forma impresionante frente al mar, no es difícil imaginar a los inquietos marineros de la antigüedad que lanzaron las primeras embarcaciones europeas hacia la costa de África Occidental.”

Lagos

Lagos

“Estimado viajero,
Ahora mismo, mientras te escribo, me siento de vuelta en las sinuosas y soleadas calles y arcos de Lagos. La interminable extensión de los cielos me mira, estallando en una arquitectura que mezcla épocas y estilos. En mi mente, te llevo conmigo por el espléndido interior barroco de la iglesia de Santo António y señalo los robustos muros del Castelo dos Governadores de Lagos. Nos detenemos a contemplar los elegantes arcos y la piedra ornamental que salpican la ciudad. Aquí todo alude a pueblos de otros lugares: romanos, árabes, italianos, africanos. En esta ciudad podemos encontrar un poco de nuestra propia historia.
Esto es quizás lo que, aún hoy, me lleva a pararme a escribir mis pensamientos. Mientras te escribo, mis días en Lagos, parecen un sueño que me impulsa a entrar en mi vida despierta. Oigo el canto de la sirena que me hace señas para que me acerque, diciéndome que vuelva. Quiero volver a detenerme en un rincón a la sombra de los árboles y observar a los turistas y a los lugareños que pasan por la hermosa y extensa Praça Infante D. Henrique. Me resultaba imposible caminar rápido en Lagos. Di cada paso con cuidado para mantener un ritmo que permitiera al presente alcanzar todo lo que había vivido antes. Porque hay mucha historia en este lugar tan especial, maravilloso, sí, pero a veces, inquietante. ¿No es esta, de hecho, la verdad sobre muchas cosas de la vida que vale la pena experimentar?
Lagos es una ciudad de soñadores. Situada de forma impresionante frente al mar, no es difícil imaginar a los inquietos marineros de la antigüedad que lanzaron las primeras embarcaciones europeas hacia la costa de África Occidental. Desde sus cubiertas, debieron mirar hacia atrás para contemplar la reluciente ciudad amurallada que aún acuna las ruinas romanas sobre las calles empedradas. Como muchos de nosotros, estos exploradores anhelaban nuevos descubrimientos y experiencias.
¿Sabrían que sus viajes alterarían el curso de la historia? ¿Podrían imaginar que los asustados cautivos que salían de los barcos que regresaban serían vendidos en el mercado de esclavos de Lagos y que redefinirían el modo de vida europeo? Quién iba a creer que estos cautivos empezarían a explorar nuevas tierras, dejando que sus sueños se enfrentaran a las limitaciones, y que ellos también empezarían a alterar gradualmente las culturas de todo el mundo. La historia en Lagos, como se puede imaginar, es una presencia, una compañera invisible que se cierne sobre nosotros mientras nos movemos por los arcos y las calles, susurrando secretos para hacer revivir viejos fantasmas.
La mayor parte de la ciudad fue destruida durante el gran terremoto de 1755. Sin embargo, creo que “destruida” podría ser la palabra equivocada. Se derrumbó. Y cuando la tierra fracturada se abrió, lo que quedó bajo tierra -edificios, habitantes asustados y escombros- encontró refugio en la tierra. Todo se mantuvo en su sitio, a la espera de ser descubierto por historiadores y arqueólogos. Porque nada desaparece realmente, ¿verdad? Si me acompañas cuando vuelva, te llevaré al Museo de Lagos Dr. José Formosinho, donde podríamos contemplar una muestra de varios metros de tierra extraída de las profundidades de la ciudad: líneas estriadas que varían en textura y color, evidencia de épocas anteriores, de esperanzas pasadas y de soñadores de antaño. Es un recordatorio meditativo de lo que se aferra a la vida, incluso más allá de la catástrofe. Parece que somos más resistentes de lo que creemos. Más eternos de lo que algunos podrían juzgar.
Pero, ¿podemos hablar de lo eterno sin hablar también del arte y de los inquietos artistas que nacen cada generación con la intención de hacernos ver de nuevo? El Laboratório de Actividades Criativas es una impresionante residencia de artistas situada en una cárcel reconvertida en antiguo convento. Imagina que las paredes pudieran hablar. Y estas paredes vibran hoy en día, con pinturas y obras de arte impresas, con colores vivos y retratos de gran intensidad. Me gustaría que un día de estos te unieras a mí para pasear por el interior. Le mostraré las antiguas dependencias del antiguo director, que ahora son un espacio de arte, y los estudios de los artistas que se levantan donde estaban ubicadas las alas masculina y femenina de la cárcel. Está lleno de creación, cargado de energía y música y de matices gloriosos. Aquí, encontramos otra generación de soñadores, un descubrimiento diferente. Pero no podemos irnos sin ver la gran higuera que florece, resplandeciente, en el patio. Sus lustrosas hojas verdes abrazan las paredes y ha crecido tanto que parece desbordarse en el patio caída del cielo. Esta increíble visión es un testimonio de renovación y regeneración.
Pero en Lagos, al final, todo nos lleva de vuelta al agua. Atrae la mirada y nos llama a sus playas. Nos invita a respirar profundamente, a deleitarnos con la tranquilidad y la calma. Pero como tú, al igual que yo, tienes el deseo de vagar, de deambular ilimitada y libremente, captarás esa tenue melodía que camina a través del viento y nos arrastra a otros caminos, a los acantilados de Ponta da Piedade. Escarpados acantilados, erosionados por milenios de olas turbulentas y sol caliente, son impresionantes. Surgen del agua en tonos rojizos intensos, ocres, marrones y bronces pálidos. Son regalos de otro mundo, de un universo prehistórico donde una vez vagaron los monstruos marinos y reinaron los inmortales. Aquí, los mitos y los dioses son posibles. La magia y el misterio conviven. Más allá, siempre, el horizonte: una línea nítida entre el cielo y la tierra.
Permanecerás cautivo en su hechizo, escuchando hasta que la melodía se desvanezca, y prometiendo volver. Igual que yo. Porque a todos los que pregunten después, les hablarás como yo de la asombrosa belleza de Lagos y de sus inquietantes fantasmas. Y cómo este viaje es, de hecho, un encuentro con lo eterno.”
Maaza Mengiste

Que visitar

Consejos paraLagos

En el viaje revisitado de José Luís Peixoto, estos fueron algunos de los lugares destacados por su mirada y por su escritura.

Ponta da Piedade / Punta de la Piedad

Ponta da Piedade / Punta de la Piedad

“Cuando todavía estamos arriba, junto al faro, el océano se extiende frente a nosotros, llenando nuestro campo de visión con su infinitud. Desde allí podemos dejar que la mirada se pierda hasta el límite de su capacidad. Mar, mar, mar, hasta la línea donde toca el cielo, dos azules de naturaleza absoluta. Más cerca, a nuestro alrededor, esta tierra ocre, poblada de un matorral que, también él, contempla este paisaje, que le deja un regusto a sal en las hojas y en las raíces.
A medida que bajamos, avanzamos por los sonidos del mar, por sus amenazas. Los acantilados, cortados en vertical, nos ofrecen la imagen de esta tierra, de todas las capas de su historia. El agua y la espuma, en oleadas, modelaron estas formas rocosas. Se encuentran aquí varias especies de aves, se guarecen en este refugio. Ocupan cuevas que, a lo largo del tiempo, pertenecieron sucesivamente a otras generaciones de aves.
Cuando llegamos al fondo, nos encontramos muy cerca de olas que se abalanzan al encuentro de las rocas, deshaciéndose en gotas que caen unos segundos después. Rodeados de altos acantilados, entendemos los naufragios, confirmamos sospechas sobre la fuerza de estas aguas. Han llegado hasta aquí, el lugar donde también estamos. Aún no hace mucho tiempo, eran alta mar.”

José Luís Peixoto

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Best ofLagos

Ciudad vieja de siglos, cuyo puerto vio partir la expedición del navegante Gil Eanes para doblar el Cabo Bojador, la historia de Lagos se desgrana en torno al mar: desde sus extensas playas de arena hasta la profusión del pescado y el marisco en sus platos. En las calles de su casco antiguo encontramos murales de arte urbano, bellísimos marcos de cantería en puertas y ventanas y nuevos espacios culturales que animan una de las zonas más turísticas del Algarve.
Faro y Pasarelas de la Punta de la Piedad

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Es la cuna del Beato San Gonzalo de Lagos, nacido en el siglo XIV, hijo de pescadores y patrón de la ciudad. Construida durante los reinados de los reyes Manuel I y Felipe I de Portugal y con características de la época islámica, esta puerta abierta al mundo cumplía su función militar, flanqueada por dos torres albarranas. También se la conoce por el nombre de Cerca Vieja.

Es la cuna del Beato San Gonzalo de Lagos, nacido en el siglo XIV, hijo de pescadores y patrón de la ciudad. Construida durante los reinados de los reyes Manuel I y Felipe I de Portugal y con características de la época islámica, esta puerta abierta al mundo cumplía su función militar, flanqueada por dos torres albarranas. También se la conoce por el nombre de Cerca Vieja.

Fuerte de la Punta de la Bandera

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Se trata de una de las fortificaciones marítimas más emblemáticas del Algarve, que destaca además por su admirable estado de conservación. También llamado Fuerte de Nuestra Señora de la Peña de Francia, la traza arquitectónica de este edificio del siglo XVII refleja su función militar defensiva. Después de atravesar el puente levadizo, impresionan la vista al mar y la pequeña capilla de Santa Bárbara.

Fuerte de la Punta de la Bandera
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Mar d'Estórias

Mar d'Estórias

Es una casa portuguesa con certeza”, con productos regionales en la mesa, música nacional cantada en los pasillos y objetos decorativos que aúnan tradición y contemporaneidad. Sumergirse en las narrativas de sus aguas es descubrir la tienda, el bistró, la galería de arte y el bar-terraza en lo alto del edificio, con vistas a la costa; es también vivir una experiencia inmersiva, dejándose llevar por la cultura y costumbres de un pueblo profundamente vinculado al mar.

Mar d'Estórias
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Mercado Municipal de Lagos

Mercado Municipal de Lagos

Además de los típicos puestos de frutas, verduras y pescado fresco, el Mercado Municipal de Lagos es también un polo de arte urbano, con la escalera decorada con un panel de azulejos del artista Xana. En la planta superior, la azotea, que ofrece una gran ventana panorámica sobre el paseo marítimo, cuenta con una terraza que invita a beber una copa y disfrutar del momento.

Mercado Municipal de Lagos
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