Refresar
José Luís Peixoto invitaOndjaki
Haga scroll para obtener más información sobre el autor.
Por OndjakiOndjaki
“Respirar. Cierro el cuaderno. Sonrío: se me ocurre que recorrer este Portugal moderno es, sin duda, una hermosa manera de soñar”
Haga scroll para obtener más información sobre el autor
GAdereza tu arte con hacer materiales para que sea un plumero de tristeza y, en un compromiso en forma de acto de sangre, los lectores-inventores, nos convertimos en (Os) Transparentes (libro ganador del Premio Saramago, en 2013, y del Prix Littérature-Monde, en 2016) en sentimientos hacia la forma en que cose las palabras; están velados por el manto de una hermosa oscuridad, en los muchos amaneceres de la noche, o trazos de sueños azules en las esquinas. Siempre hay gente en casa en sus vagabundeos urbanos o al borde del mar de sal, diccionario afectivo para transmutar los días y un desmemoria en permanente vibración por el mundo abrazado por los ojos de la imaginación.
Ondjaki, seudónimo literario de un prosista y poeta nacido en 1977, es el nombre de un guerrero en umbundu, la segunda lengua más hablada de Angola. Además de sus incursiones en la ficción para adultos, la narrativa infantil y la poesía, explora el guión cinematográfico, la pintura y la interpretación teatral. Se graduó en Sociología en el ISCTE y realizó su doctorado en Estudios Africanos en la Universidad de Nápoles “L'Orientale”, en Italia.
En ese camino de aprendizaje, también se destaca como miembro de la Unión de Escritores Angoleños, el bagaje cultural como docente de escritura creativa y la distinción con los premios Sagrada Esperança (Angola, 2004), Conto – A.P.E. (Portugal, 2007), FNLIJ (Brasil, 2010 y 2014), Juvenile JABUTI (Brasil, 2010) y Littérature-Monde (Francia, 2016). Su colección está traducida a varios idiomas, a saber, francés, español, italiano, alemán, inglés, serbio y sueco.
En 2020, Ondjaki debutó como mentor del proyecto Kiela, una librería que encontró un hogar en el barrio Alvalade de Luanda, y que apuesta por fortalecer los lazos del pueblo angoleño con el libro como objeto y testimonio.
Para escuchar a Ondjaki leer un pasaje sobre Évora y Montemor-o-Novo, del capítulo “A grande e ardente terra do Alentejo” del libro Viagem a Portugal, de José Saramago.
La grande y ardiente tierra de Alentejo
Donde se posan las águilas
«El viajero va camino de Montemor-o-Novo. Vio en Alcácer do Sal la iglesia del Senhor dos Mártires, construida por la Orden de Santiago en el siglo XIII, y la de Santa María, dentro del castillo. Es la de los Mártires poderosa en sus contrafuertes, obra general de arquitectura con mucho que decir de ella. Entre lo que más destaca, se cuenta la capilla octogonal de San Bartolomé, y otra, gótica, donde está el sarcófago de un comendador de la Orden. La iglesia de Santa María está guardada por una vieja muy vieja, menos sorda de lo que aparenta como si fuera un lujo, y con unos ojillos irónicos, súbitamente duros cuando de soslayo inspecciona la propina que con mano rápida se embolsa en el delantal. Pero las quejas son sinceras: que la iglesia está en un triste abandono, se le llevan las imágenes, los manteles del altar se fueron y no volverán, cree que el cura, tal vez por no cansarse subiendo hasta allí, prefiere otro templo más de llanura y hacia allí encamina los bienes de éste. Afortunadamente, no pueden ser ensacados ni llevados a cuestas los pórticos de la primitiva construcción, ni los hermosos capiteles románicos, y, en todo caso, duda el viajero de que cosas tan antiguas interesen al gusto eclesiástico moderno.
Más arriba están las ruinas de un convento. Abre la cancela una joven muy joven, de palabra pronta y gesto desinhibido, que explica lo que sabe, pidiendo disculpas por saber tan poco. No descansa hasta llevar al viajero a lo más alto de los muros, sólo para mostrarle el paisaje, la ancha curva del Sado entre arrozales verdísimos. Y tiene también su queja personal: se han llevado de la iglesia parroquial los azulejos que la cubrían de arriba abajo. “¿Y dónde están ahora?”, pregunta el viajero. La mujer dice que alguien le dijo que los paneles se encuentran en la iglesia parroquial de Batalha, lo que allá cabía, y que el resto estará guardado en cajones en cualquier parte. El viajero rebusca en su memoria, pero la memoria nada le dice. Tendrá que volver a Batalha para poner el caso en limpio. Entretanto, hace justicia a este Castelo de Alcacer: en tempos de su mocedad debía de ser de buena envergadura, fierabrás, y que sólo en el reinado de Afonso II aceptó sin más reservas la presencia de las gentes de Portugal.
Da una larga vuelta el viajero, entre frescos campos que el calor no parece tocar, pasó el río de Sítimos (son nombres enigmáticos que poco a poco vamos desaprendiendo), y quien lo viera diría que sigue derecho hacia el sur, abandonando las tierras del Alto Alentejo. Pero es sólo un desvío. En Torrão, después de haber entrado en la iglesia parroquial para ver los muros de azulejos, y de agradecer a quien, para abrirle la puerta, interrumpió el almuerzo, volvió camino al norte, en dirección a Alcáçovas, tierra que aquí quedará señalada por haber descubierto el secreto de la defensa de las obras de arte, al menos las que la iglesia conserva, y no es poco ya, si no puede ser todo. Bien visto, es el huevo de Colón: poner la iglesia al lado del cuartel de la guardia republicana (o al contrario), entregar la llave a la custodia del cabo de servicio, y quien quiera visitar los tesoros litúrgicos de Alcáçovas que deje el carné de identidad, y vaya luego, con un número de escolta, a la ceremonia de apertura de los cerrojos. Seguro que a quien lleve malas intenciones no le aguantan los nervios estas liturgias.
(...)
En Montemor-o-Novo, el viajero empieza visitando el castillo, que de lejos, visto del este, parece una sólida e intacta construcción, pero, por detrás de las murallas y de las torres de este lado, no hay más que ruinas. Y, para llegar a lo que queda, el acceso no es fácil. El viaje tuvo que penar para ver de cerca el matadero morisco, con su elegante cúpula. Todo esto se encuentra degradado, el tempo ha hecho caer las piedras, y no ha faltado quien, para obras propias, las sacara de allí y se las llevara. De la antigua iglesia de Santa Maria do Bispo queda el portal manuelino con una cancela de alambre de conejera. Del palacio de los Alcaides, quedan, carcomidas, las torres y el entablamiento; la iglesia de San Juan es un cuchitril. En este viaje no han faltado espectáculos desoladores, pero éste lo supera todo. Quiso encontrar su premio el viajero visitando la iglesia del convento da Saudação, pero no le permitieron la entrada. Paciencia. Fue a consolarse al convento de San Antonio, viendo los magníficos azulejos polícromos que revisten la iglesia de arriba abajo. El aprovechamiento de las antiguas celdas acabó en un musco tauromáquico. A cada cual su gusto. Donde el viajero encontró el suyo fue en el Santuario de Nossa Senhora da Visitação, construido como una interpretación rural del estilo manuelino-mudéjar, que se resuelve en pequeñas torres cilíndricas y en grandes superficies encaladas. La fachada es setecentista, pero no consigue esconder el trazo original. Allá dentro, alegran la vista los azulejos historiados y las nervaduras de la bóveda. A la entrada, una gran arca de madera recoge el trigo ofrecido para las necesidades del culto. (...)
Directo hasta Arraiolos, tierra de artesanos que fabrican alfombras y de la Sempre Noiva. Estuvo el viajero si hace un desvío o no hasta Gafanhoeira. Vive aquí un decidor de décimas de musa grotesca y sarcástica que fue peón caminero y responde al maravilloso nombre de Bernardino Barco Recharto. El viajero no irá, no tiene tempo, pero adivina que va a arrepentirse antes de una hora. Y entonces será tarde. Se promete a sí mismo obedecer más a los impulsos, si la razón, benevolente, no los contraría con razones irrefutables.
En Arraiolos, el viajero queda sorprendido. Bien sabe que el alentejano no es hombre de risa fácil, pero entre una gravedad aprendida como primer paso fuera de la cuna y esos rostros cerrados, la distancia es mucha, y no se recorre todos los días. Grandes tienen que ser los males. El viajero se detiene en una plazuela, quiere orientarse, pregunta dónde está la Sempre Noiva y el convento dos Lóios. (...)
La casona de la Sempre Noiva, en el camino de Évora, es un lindo nombre. Sería una bellísima arquitectura si no estuviera tan cargada de postizos y añadidos. (...)
La noche en la que el mundo comenzó
El viajero está en Évora. Ésta es la plaza famosa de Giraldo, aquel caballero salteador, o salteador caballero, que para hacerse perdonar por don Afonso Henriques sus desmanes y crímenes, decidió conquistar Évora. (…)
(...) En Évora hay, sí, una atmósfera que no se encuentra en ningún otro lugar. Évora tiene, sí, una presencia constante de Historia en sus calles y plazas, en cada piedra o sombra; Évora logró, sí, defender el pasado sin quitarle espacio al presente. Con esta feliz sentencia se da el viajero por liberado de otros juicios generales, y entra en la catedral.
Hay templos más amplios, más altos, más suntuosos, pero pocos tienen esta recogida gravedad. Pariente de las catedrales de Lisboa y de Porto, las supera en una especial individualidad, en una sutil diferencia de tono. Calladas todas las voces, mudos los órganos de aquí y de allá, retenidos los pasos, óigase la música profunda, que es sólo vibración intraducible de las columnas, de los arcos, de la geometría infinita que las junturas de las piedras organizan. Espacio de religión, la catedral de Évora es, de manera absoluta, un espacio humano: el destino de estas piedras fue definido por la inteligencia, fue ella la que las desentrañó de la tierra y les dio forma y sentido, es ella la que pregunta y responde en la planta dibujada en el papel. Es la inteligencia la que mantiene la torre linterna en pie, la que armoniza la pauta del triforio, la que compone los haces de columnillas. Se dirá que el viajero distingue en exceso a la catedral de Évora, enunciando loores que en tantos otros lugares serían tan justos como aquí, y tal vez más. Así es. Pero el viajero, que mucho ha visto ya, no encontró nunca piedras que como éstas crearan en el espíritu una exaltación tan confiada en el poder de la inteligencia. Quédense Batalha, los Jerónimos y Alcobaça con sus celos. Son maravillas, nadie lo negará, pero la catedral de Évora, severa y cerrada a primera vista, recibe al viajero como si le abriera los brazos, y siendo este primer movimiento el de la sensibilidad, el segundo es el de la dialéctica.
(…)
Hacia el frescor de las sombras del Largo do Marqués de Marialva sale el viajero, sube la breve rampa, y tras haber mirado, con la dedicación debida, el Templo de Diana, que no es de Diana ni lo fue nunca, y ese nombre se debe al inventivo padre Fialho, se dirige al museo. De camino va meditando, como conviene siempre a un viajero, sobre la suerte de ciertas construcciones de los hombres: viven su primer tempo de esplendor, decaen luego, perecen, y alguna que otra vez se salvan en el último momento. Así ocurrió con este templo romano: destruido en el siglo V por los bárbaros del norte que llegaron a la Península, sirvió, en la Edad Media, de casa-fuerte del castillo, que allí estaría, con los intercolumnios convertidos en muro, y acabó en matadero municipal. En la revolución de 1383 lo ocuparon los menestrales alzados contra los partidarios de la reina Leonor Teles, y, desde la tierra a que entonces había en él, coronada de almenas, pelearon contra el castillo lanzándole nubes de saetas y virotones hasta que se rindió. Esto cuenta la honrada palabra del cronista Fernão Lopes. Hasta 1871 no recuperó el templo romano su primera apariencia, en lo posible.»
“Son, como todas las ruinas, muros silenciosos que no hablan. Susurran invitaciones, dan paso a la poesía de una hermosa velada.”
“Montemor o Novo invita a los viajeros a perderse en los colores tranquilos del Alentejo. Junto a la antigua vía férrea se encuentra la Ecopista do Montado, con 13 km, que une Torre da Gadanha con Montemor. Allí camino a pie con la mirada puesta en las ruinas del Castillo de Montemor.
Cruzo el viejo puente del ferrocarril y descanso. Respiro esa suave lentitud de la espera y la contemplación.
Más lejos, una escalera azul y blanca me lleva a la cima de una colina: esperando a los que van allí, la capilla de Nossa Senhora da Visitação. En el interior hay pinturas y fotos de acción de gracias por los milagros. Se me ocurre que es en lugares como este donde toma forma lo oculto: en lugar de la desesperación surge la esperanza; en lugar de la enfermedad viene la bendición de la curación. Es la pequeñez del lugar lo que lo hace grande. Sobrio, con azulejos del siglo XIX. XVII (en alusión a María) y con una increíble colección de exvotos con fotografías, piezas de cera, animales embalsamados y retablos pintados. El ambiente, de recuerdos angustiosos, contrasta con el verde que me espera afuera. La vista es muy amplia. El horizonte se extiende hacia los lugares que podemos mirar aquí.
No he visitado el Castillo de Montemor en años. Ha habido grandes cambios en los últimos años y aún quedan más obras por hacer. Se está realizando una restauración estética en los jardines.
En el patio, el Centro de Interpretación del Castillo, que es la Iglesia de S. Tiago (1302) con obras realizadas en el siglo XVI. Una intensa quietud me acompaña mientras camino hacia las ruinas. Allí, quieres descubrir cómo se pone el sol en colores de verano. Son, como todas las ruinas, muros silenciosos que no hablan. Susurran invitaciones, dan paso a la poesía de una hermosa velada.
Luego dirígete a Évora.
Entro por el patio de la Universidad de Évora, la segunda que se funda en Portugal. Hermosos patios simétricos, arcadas, columnas que sostienen el edificio y el tiempo.
De allí me dirijo al Palacio D. Manuel (construido por el rey Afonso V, hacia 1468) y, para llegar, entro por el Jardín Público de Évora. Otra perla de tranquilidad y frescura.
De ahí a la Igreja de São Francisco está a un paso. Los primeros franciscanos llegaron a Évora en 1224, procedentes de Galicia. La iglesia y la Capela dos Ossos son impresionantes. No es la primera vez que lo visito, pero siempre con una sensación de extrañeza que me encuentro en presencia de tantos huesos y tanto misterio. Hay, en la estética del lugar, algo divino y humano a la vez.
Voy a la Praça do Giraldo (1571/1573), donde “llevan todos los caminos”. El nombre proviene del homenaje a Geraldo Geraldes, el Intrépido, que conquistó Évora a los moros en 1167.
Évora es un lugar de intensa gastronomía, vino, turismo pero también de una animada vida estudiantil. Toda esta gente acude a la Praça do Giraldo (con fachadas neoclásicas y románticas) y también los pájaros (se me ocurren las palabras de Saramago: “dos garzas blancas (...) dibujan un ballet sin principio ni fin: vinieron a inscribirse en mi tiempo, ellos continuarán el tuyo sin mí”).
Busco el camino que conduce a la biblioteca. En el interior, me recibe la quietud crujiente de la madera. La doble escalera invita a subir al primer piso, donde miles de volúmenes guardan y esconden murmullos y secretos que sólo el tiempo es capaz de conservar. El tiempo: ese laberinto que es el interior de los libros. Pienso que ahí, más que la voz de uno u otro escribano, queda una voz general, humana, extensa, de un grupo mayor de voces llamado Humanidad. Es un buen lugar para recuperar el aliento y preparar un nuevo rumbo hacia el Centro de Interpretación Almendres.
La dirección dice Rua do Cromeleque y en este Centro podemos averiguar casi todo sobre el patrimonio megalítico de la comarca. Contiene dos espacios exteriores de libre acceso, incluyendo un recorrido con paneles explicativos sobre el patrimonio cultural y ambiental de la comarca. Las explicaciones son accesibles y claras, y puedes acercarte, unos kilómetros más adelante, a ver el conjunto de menhires que allí existen.
Es emocionante caminar a través de este círculo de piedras. En lo que se denomina una 'pendiente suave', orientada al este, se encuentra este impresionante conjunto descubierto en 1964 (por Henrique Leonor Pina). La región de Évora está densamente cubierta por sitios arqueológicos que van desde el Neolítico temprano (desde hace 7000 a 8000 años) hasta la Edad del Hierro, que abarca menhires, dólmenes, necrópolis y asentamientos prehistóricos.
Allí, se me ocurre cuestionar el delicado rumbo de nuestro planeta. Contemplo el paisaje recordando estos versos de Fernando Pessoa: “en mí, lo primordial es el hábito y la forma de soñar”. El cielo ha convocado a las nubes bajas y amenaza con llover: filtran pequeños rayos de sol y el silencio entre las piedras se vuelve simple y mágico. Como en una ilusión.
Respirar. Cierro el cuaderno. Sonrío: se me ocurre que recorrer este Portugal moderno es, sin duda, una hermosa manera de soñar”
Ondjaki
Que visitar
En el viaje revisitado de José Luís Peixoto, estos fueron algunos de los lugares destacados por su mirada y por su escritura.
“Ante nosotros, a lo largo de catorce kilómetros, tenemos el trazado del antiguo ramal ferroviario. Dejamos atrás la antigua estación, y avanzamos por la vía verde, un camino que nos guía tal como, en tiempos, los raíles guiaban a los trenes por ella. Hoy nosotros somos la locomotora, somos también los vagones, el conductor y los pasajeros. Con la diferencia de que no estamos obligados a mantener una determinada velocidad, el único horario que hemos de cumplir es nuestra voluntad.
A nuestro alrededor, el inmenso paisaje de la dehesa alentejana. Hace muchas generaciones, personas sin nombre inventaron la dehesa. A esta hora del día, contar todos los alcornoques y encinas que se ven sería como si, al caer la noche, se nos ocurriera regresar para contar las estrellas. Tamaña pretensión no pasa por la cabeza de las cigarras, cuyo canto se extiende a lo lejos, atraviesa la sombra y la luz.
Muy pronto, a poco de salir, en el puente ferroviario, Montemor-o-Novo se despide de nosotros, deseándonos un buen paseo. En lo alto, el Palacio de los Alcaides, piedras que nacieron en la naturaleza y que, por la mano de los hombres y del tiempo, se entregaron a la historia. Como el futuro, la vía verde nos reclama. Hasta Torre da Gadanha, hay pasos que ya nos esperan. La dehesa fue concebida para proteger al alcornoque y su precioso corcho. Este camino y esta hora fueron concebidos para protegernos a nosotros.”
José Luís Peixoto
Descubra más
Las murallas de este castillo, que probablemente se alza sobre las ruinas de una fortificación musulmana, fueron construidas por orden del rey D. Dinis. También fue aquí, según reza la leyenda, donde el navegante Vasco da Gama definió el viaje marítimo a la India, importante hito de la expansión de Portugal allende los mares. El Centro de Interpretación, en la antigua iglesia de Santiago, acoge exposiciones permanentes y temporales, pinturas murales y objetos que cuentan la historia y evolución de la ciudad.
Al subir la escalinata del atrio, que se recorta en el paisaje con los colores típicos del Alentejo, se produce un encuentro con el estilo manuelino-morisco del siglo XVI. En su interior, la iglesia desvela frisos de azulejos del siglo XVIII, que ilustran el paso de la Virgen María. La sacristía también cuenta con una colección de 200 exvotos, retablos, fotografías y otros objetos históricos.
Flanqueado por un jardín, el Templo Romano de Évora es el símbolo o la postal de la ciudad. Al contrario de lo que generalmente se piensa, este monumento no fue erigido en honor a Diana, la diosa de la caza de la mitología romana, sino del emperador Augusto. De estilo corintio, mantiene su planta original en pleno centro histórico. Por su parte, la imponente Seo de Évora es la catedral medieval más grande de Portugal. Su arquitectura de granito revela la transición entre el estilo románico y el gótico. Desde su azotea, Évora se pierde de vista.
Es la Biblioteca Pública más antigua del país, con sus 217 años de páginas leídas. Su promotor fue una de las figuras más emblemáticas de la Ilustración portuguesa, el arzobispo Frei Manuel do Cenáculo, quien hizo donación de su propia biblioteca personal. La enorme colección que atesora este espacio incluye valiosos documentos, especialmente los libros impresos en los primeros tiempos de la imprenta con tipos móviles, el Roteiro da Viagem que D. João de Castro fez a primeira vez que foi à India no anno de 1538, el Roteiro da Boa Esperança y el Foral de Leitura Nova de Évora.
El Palacio del rey D. Manuel alberga varias exposiciones interactivas y didácticas sobre la historia de la ciudad. Se sitúa dentro del Jardín Público de Évora, donde se pueden contemplar las míticas “Ruinas Fingidas” (siglo XIX), construidas a partir de los restos de algunos monumentos antiguos de la ciudad, observar los pavos reales, refugiarse a la sombra del quiosco de música o hacer un picnic al borde del camino que atraviesa el jardín.
Beja
Haga scroll para continuar
SCROLL
Évora y Montemor-o-Novo -