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José Luís Peixoto invitaAdriana Lisboa
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Por Adriana Lisboa
“Avançamos por alguns dos caminhamos que imaginámos nos múltiplos pontos de observação da Guarda, e chegamos a Pinhel. Esta é ainda a tocante hospitalidade da Beira Interior.”
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“¿Por qué caminos se bifurcaban los destinos? ¿Cuántas fantasías tejidas con la delicadeza de la filigrana se veían abortadas? ¿Cuántas sorpresas se amontonaban como sombras detrás de cada paso dado?”. Sinfonía en blanco fue la partitura que consagró a Adriana Lisboa, carioca nacida en 1970, y por la que obtuvo el Premio Literario José Saramago en 2003. Antes de eso, su camino la había llevado por diferentes aprendizajes y experiencias, en varios puntos del globo. Estudió música, literatura y artes visuales, obtuvo el máster en literatura brasileña y se doctoró en literatura comparada en la UERJ-Universidad del Estado de Río de Janeiro. Ha realizado investigaciones en el Centro Internacional de Estudios Japoneses, en Kioto, y en la Universidad de Nuevo México, en EE.UU. En este país dio clases en el departamento de español y portugués de la Universidad de Texas, y fue escritora residente en la Universidad de California, en Berkeley.
Novelista, poeta, cuentista y traductora, ha colaborado con varias publicaciones prestigiosas y su obra ha sido traducida en más de veinte países. Sus libros han merecido algunos de los premios y reconocimientos más importantes de la literatura internacional. Es el caso, entre otros, de Azul Corvo (uno de los libros del año del periódico inglés The Independent), de Pequena Música (mención de honor en el Premio Casa de las Américas) y de Língua de Trapos (Premio Autor Revelación de la FNLIJ - Fundación Nacional del Libro Infantil y Juvenil, en Brasil). Se trata, sin duda, de “una autora de presente y de futuro”, como subrayó el propio José Saramago.
Adriana Lisboa ha vivido en Francia y en Nueva Zelanda, que se convirtieron al mismo tiempo en su hogar y fuente de inspiración, pero actualmente escribe nuevas líneas en la ciudad de Austin, en Estados Unidos.”
Para escuchar a Adriana Lisboa leer un pasaje sobre Coímbra, del capítulo “erras baixas, vizinhas do mar” del libro Viagem a Portugal, de José Saramago.
Tierras bajas, vecinas del mar
No todas las ruinas son romanas
«(...)
El viajero no tiene especiales motivos para ir a Soure, pero por ese camino se va bien a Conímbriga. Hoy es día consagrado a ruinas ilustres, como suelen ser las que de romanos quedan. Desde el punto de vista de las tradiciones populares, tres son las grandes referencias históricas: el tiempo de los Afonsinos, el tiempo de los moros y el tiempo de los romanos. El primero sirve para ilustrar, contradictoriamente, lo que más antiguo sea, o solamente impreciso, casí mítico; el segundo, ilustra aquello de lo que faltan testimonios materiales abundantes, y es fertilísimo en leyendas; el tercero, que leyendas no dio, se afirma en el puente sólido en la calzada de losas, e infunde el respeto de la dura ley al son de la marcha de las legiones. Los romanos no encuentran simpatía en quienes de ellos heredaron el latín.
En verdad, cuando el viajero pasea por estas magnificencias, y es fácil ver qué magnificencias son, se siente un poco ajeno, como si estuviera viendo y palpando testimonios de una civilización y una cultura totalmente extrañas. (...) Hay que decir, pese a todo, y de esa exención sí es capaz, que las ruinas de Conímbriga tienen una monumentalidad sutil que va solicitando lentamente la atención, y ni siquiera las grandes masas de las murallas desequilibran la atmósfera particular del conjunto. Hay, realmente, una estética de las ruinas. Intacta, Conímbriga sería bella. Reducida a lo que de ella vemos hoy, esa belleza se acomodó a la necesidad. No cree el viajero que nada mejor les pudiera haber ocurrido a estas piedras, a estos excelentes mosaicos, que en algunos lugares oculta la arena para su preservación.
(...)
Hablamos mucho, en Portugal, de románico, de manuelino, de barroco. Hablamos menos de renacimiento. Será porque todo él vino de importación, será porque no tuvo entre nosotros desarrollos nacionales. En Montemor-o-Velho interesan poco tales sutilezas: lo que tenemos delante, aquí en la capilla de la Deposición, allí en la de·Ia Anunciación, son obras maestras renacentistas que como tales serían estimadas en Italia, primera patria del Renacimiento. Y, hablando de Italia, piensa el viajero con ironía que si esta iglesia la tuvieran los italianos, la cuidarían como un oro, y la tendrían a pleno rendimiento, y vendrían a ella de lejos los portugueses Iamentando que tales preciosidades estuvieran en país extranjero.
Coimbra sube, Coimbra baja
(...) Si el viajero tuviera tiempo, buscaría la Coimbra natural, olvidaría la universidad que allá arriba está, y entraría en estas casas de la Couraça de Lisboa y de las pequeñas calles que a ella afluyen, y, conversando, vencería las inconscientes defensas de quien, sobre el propio rostro, usa igual máscara.
Pero el viajero no ha venido aquí para tan arriesgados escarceos. Es un viajero, un hombre que pasa, un hombre que, al pasar, miró, y en ese rápido pasar y mirar, que es superficie sólo, tiene que encontrar luego recuerdos de las corrientes profundas. Son también escarceos, pero del lado de la sensibilidad. En fin, ésta es la Universidad de Coimbra, de la que mucho bien ha venido a Portugal, pero donde algún mal se preparó igualmente. El viajero no va a entrar, se quedará sin saber cómo es la Sala de Actos Grandes, y cómo es por dentro la capilla de San Miguel. El viajero, a veces, es tímido. Se ve allí, en el patio de las escuelas, rodeado de ciencia por todas partes, y no se atreve a ir a llamar a las puertas, a pedir de limosna un silogismo o un pase para los Gerais. A esta cobardía se une la convicción profunda de que la universidad no es Coimbra, y lo percibe en que se limita a dar la vuelta a este Patio das Escolas, sin gusto por las estatuas de la Justicia y de la Fortaleza que Laprade armó en la Via Latina, pero se rinde de gusto ante el portal manuelino de la Capilla de San Miguel, y habiendo entrado por la Porta Férrea, por ella volvió a salir. Va derrotado, rendido, triste consigo mismo por osar tan poco, viajero que por valles y montañas anduvo, y aquí, en tierra sapiente, se pega a las paredes como quien se esconde de los lobos. (...)
(...)
Si al viajero le gusta el románico tanto como dice, tiene allí, en la catedral vieja, satisfacción asegurada, porque, y en esto el acuerdo es general, esta Sé Velha es el más hermoso monumento que de ese estilo existe en Portugal. El viajero se asombra ante la fortaleza, la robustez de las formas primeras, la belleza propia de los elementos que le fueron añadidos en épocas posteriores, como la Porta Especiosa, y, al entrar, recibe la maciza impresión de los pilares, el vuelo de la gran bóveda de la nave central. Sabe que está en el interior de una construcción plena, lógica, sin mácula en su geometría esencial. La belleza está aquí.»
“Las sombras son antiguas, los paseantes están de paso. Estar aquí es como habitar la memoria de un idioma hace tiempo olvidado.”
“¿Cuánto esconde cualquier historia? Más allá de la verdad que vemos, siempre hay otras verdades. El inicio de esta visita a Coímbra podría ser la idea que nos hacemos de Coímbra, lo que su nombre nos evoca. El encuentro con una ciudad es como el encuentro con una persona: siempre viene matizado por lo que creemos conocer y por lo (mucho más) que ignoramos de ella.
O la visita podría, sin más preámbulos, empezar por un cuadro. Así: frente a esta Anunciación atribuida a Bernardo Manuel, del siglo XVI. En ella, estudios y trabajos de restauración descubrieron, a los pies de la Virgen, la presencia de un perrito que la pátina de otras estéticas había recubierto. Pequeñito y blanco, mira al Arcángel Gabriel, y no parece sorprendido. ¿Representará ese perrito, aquí, lo mundano –podríamos decir: lo humano? Estamos en el Museo Nacional de Machado de Castro, donde también paramos en reverencia a la Santa María Magdalena de Josefa de Ayala, conocida como Josefa de Óbidos: esa mujer barroca, en la danza de sus símbolos, presta a tocar el fuego que quema y salva, el rostro ya transfigurado por el placer y el dolor. ¿Cuál es la verdad de Magdalena? ¿Cuál la verdad de la propia Josefa en una Historia, además, que tanto limitó la autoría de las mujeres en las obras de arte y en los libros? Fuera, la joven lechuza del artista Bordalo II, realizada con basura y desechos (uno de sus Big Trash Animals), nos observa, desmesurada, desde la pared lateral del Colegio de las Artes: una mitad del cuerpo más “académica”, la otra vibrante, de colores vivos. La sapientia tiene muchos nombres.
La visita, entonces, va a perseguir otros misterios, otras vidas encubiertas. A esta hora del día duermen los murciélagos de la suntuosa Biblioteca Joanina de la Universidad. Ajenos a nosotros y prestando, sin saberlo, un servicio al saber humano, sueñan sus sueños de murciélagos en este monumento al poder regio ilustrado. Sueñan entre barrocas volutas recubiertas con el oro de Brasil, manuscritos raros, Biblias góticas, una primera edición de Los Lusiadas. De noche, cuando despiertan, ayudan a conservar siete siglos de libros al comer a los insectos que, indiferentes a metáforas, sólo se interesan por la cultura letrada como alimento del cuerpo, jamás del alma.
Reencontramos pequeños animales y plantas en las piedras de ochocientos años del claustro de la Catedral Vieja, decorando los capiteles tallados por artistas mozárabes. Hay, también, un silencio de siglos, que los visitantes no logran perturbar. Las sombras son antiguas, los paseantes están de paso. Estar aquí es como habitar la memoria de un idioma hace tiempo olvidado. Iletrados y tranquilos, dientes de león brotan en la hierba, en el interior del claustro. Su religión tiene un día de vida.
En la Casa Museo Miguel Torga, sita en la calle Fernando Pessoa nº 3, hay entrelíneas leyendo. Los muebles y objetos de arte que formaban parte de la vida cotidiana del poeta y de su esposa Andrée Rocha tienen una biografía unida a la de ellos. La pintura del salón comedor, por ejemplo, que data del siglo XIII y retrata a San Martín cortando en dos su capa y entregando una de ellas a un mendigo, cabe allí también por su “ideal de socialismo fraterno”, se lee en el folleto. Nunca más va a tener, ese San Martín, la ficha limpia. Pero encontramos también, sobre la chimenea, una representación de Baco, ese que nunca quiso tener la ficha limpia, comprada por Andrée después de que Torga escribiera la “Oda a Baco”. En el jardín del poeta João José Cochofel, en la Casa da Escrita, bien cerca de la Catedral Vieja, la poesía está también en las ciruelas maduras en el jardín. Y en la mención a los niños: “Un niño en un jardín/ basta para llenarlo./ Coge pájaros y flores,/ Música y colores,/ Y trae el sol en el pelo.” (…) “Me queda su pequeño/ verano casero/ calentando los desánimos/ más nuestros.// Pesadumbre de contrapunto verde/ Bajo destrozo.” Baco, ciruelas, niños, el fraterno San Martín nos dicen más que lo histórico de tantos encuentros literarios y políticos reverberando en esas casas…
Y como no podía ser de otro modo, desde allí nos dirigimos hacia adentro de un verano de niños jugando en el Jardín Botánico, ese otro corazón de la ciudad, donde una enorme y célebre higuera estranguladora posa para fotografías con los paseantes. Un perro se acerca. Mira tranquilo al cielo, donde tal vez avizore arcángeles.”
Adriana Lisboa
Que visitar
En el viaje revisitado de José Luís Peixoto, estos fueron algunos de los lugares destacados por su mirada y por su escritura.
“Bajando desde la Universidad, o subiendo a partir de la Plaza de la República, despertamos de un pensamiento y, de repente, estamos allí. Franqueado el portón de los arcos, miramos el jardín desde arriba, lo sobrevolamos con la mirada. A nuestra frente, el verde de múltiples especies, plantas esculpidas por tijeras de jardinero, copas planeadas por la propia naturaleza, el trazado de caminos.
Entramos en esta geometría acompañados por el sonido de nuestros pasos sobre la tierra barrida, pisando sombras de árboles recortadas por el sol. En el lago que marca la intersección de cuatro líneas rectas, cuatro puntos cardinales, el limo sobrevive por donde pasa el agua, siguiendo las formas de la fuente. Su verde es suave y brillante. El sonido del agua alimenta esta hora de la tarde, se mezcla con las voces de los niños.
Los pájaros se lanzan al aire, felices como niños. El aire es más ligero, se siente su frescor, penetra más profundamente en los pulmones. Avanzamos entre bambúes. En los bordes del camino hay líneas verticales, paralelas y oblicuas. Por aquí pasaron parejas que no se resistieron a dejar grabadas sus iniciales en las cañas de bambú: C+V, L+F. También eso es la naturaleza.
En otros puntos del jardín, higueras estranguladoras nos enseñan lecciones con sus enormes raíces, incrustadas en la tierra, sin que esté claro quién sostiene a quién. Toda la tierra, y los árboles, troncos gigantes, ramas que se abren al cielo, creando un cielo nuevo, absolutamente verde.”
José Luís Peixoto
Descubra más
Caminar por un entramado de galerías subterráneas de la antigua Roma y disfrutar de la contemplación de una colección artística extraordinaria: he aquí la propuesta para el espacio museístico instalado en el antiguo edificio del Palacio Episcopal, erigido sobre el criptopórtico del foro de Æminium, la Coímbra romana. Este museo de arqueología, escultura, pintura y artes decorativas, cuyo nombre rinde homenaje a uno de los más célebres escultores portugueses, se encuentra en pleno cogollo del área “Universidad de Coímbra - Alta Sofía”, que en 2013 fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
Principal protagonista de una ciudad que vive al unísono el espíritu académico, todos sus rincones rinden homenaje a su larga tradición y a su historia: desde el salón del trono de la primera dinastía, llamado Sala de los Actos Grandes, que también fue escenario de la proclamación de los reyes posteriores, hasta la imponente Capilla de San Miguel, desde cuyo púlpito predicó el Padre António Vieira. La Universidad de Coímbra es una de las más antiguas de Europa y forma parte de la Lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO.
Antigua residencia del médico Adolfo Correia da Rocha, conocido en el mundo literario por el seudónimo de Miguel Torga, cuyas habitaciones se han transformado en galerías consagradas a su memoria. Podemos aproximarnos al insigne escritor a través de diferentes objetos expuestos: las diferentes ediciones de sus obras, incluyendo muchas de sus traducciones, ejemplares de las revistas en las que colaboró, su biblioteca personal, que conserva libros que le sirvieron de inspiración, su máquina de escribir, partituras… También tenemos acceso al hombre que fue a través de álbumes familiares, objetos decorativos y la propia decoración de los aposentos de la casa, que los visitantes visten de nuevos viajes.
Fundado por Isabel de Aragón, la Reina Santa, este monasterio acogió a las monjas Clarisas Franciscanas entre los siglos XIII y XVII. De su arquitectura, parcialmente en ruinas, que se confunde en el paisaje a orillas del río Mondego, destaca la magnitud de la iglesia, el claustro y la bóveda. Desde que fue sometido a obras de rehabilitación, se puede acceder a algunos vestigios arquitectónicos góticos en el Centro de Interpretación del Monasterio.
Escenario de la coronación del segundo rey de Portugal, Sancho I, es la única catedral románica de la época de la Reconquista que ha resistido al paso del tiempo. Su claustro, construido durante la regencia del rey Afonso II, es una de las obras góticas más emblemáticas del país. En el interior se encuentran las Capillas del Santísimo Sacramento y de San Pedro, con tallas doradas y llamativos capiteles.
Évora y Montemor-o-Novo
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