Refresar

Viaje

Beja

Por José LuísPeixoto

José Luís Peixoto

“A veces, me parece que Beja se define por ese cruce de tiempos, por todo lo que se ha ido superponiendo a lo que es.”

Haga scroll para obtener más información sobre el autor

ConocerJosé Luís Peixoto

En 2001, el Premio Literario José Saramago fue atribuido a Nadie nos Mira, la primera novela de un autor con tan solo 27 años: José Luís Peixoto.

Desde entonces, ha escrito numerosos libros, que han sido objeto de incontables traducciones a las más diversas lenguas. El reconocimiento del público y de la crítica le ha consagrado como uno de los autores más destacados de la literatura portuguesa de nuestros días. “Contarme a mí mismo a través del otro y contar al otro a través de mí mismo, eso es la literatura.” Esta afirmación pertenece a la novela Autobiografía, una ficción protagonizada por José Saramago, a quien introduce como personaje en su propia obra, reconociendo así la huella que le había dejado el autor de Memorial del Convento.

En este Viaje a Portugal Revisited, José Luís Peixoto regresa a los caminos que recorrió José Saramago, aportando una mirada nueva, siempre atenta a lo que ha cambiado y a lo que permanece inalterado. Prestando especial atención al patrimonio, a la naturaleza y a la cultura, cada alto en el camino servirá como punto de partida hacia paisajes literarios que nos cuentan a nosotros mismos a través de Portugal.

Continúe...

Para escuchar a José Luís Peixoto leer un pasaje sobre Setúbal, extraído del capítulo “Entre Mondego e Sado, parar em todo o lado” del libro Viagem a Portugal, de José Saramago.

José Luís Peixoto

Por Saramago

Viaje a Portugal

La grande y ardiente tierra de Alentejo
El impulso y el salto


«(...)
Al llegar a Serpa, el viajero tiene que hacer un esfuerzo para habituarse de nuevo al mundo común de los hombres. Ya en la salida hacia Beja, mira la abandonada ermita de San Sebastián, tan hermosa en su mezcla de manuelino y mudéjar. Mezcla, piensa, pero mejor sería decir simbiosis, unión no sólo formal, sino vital. No tan vital tampoco, sigue el espíritu lógico, dado que el estilo no rebasa los límites del Alentejo ni se prolongó en el tiempo, transformándose. Vital, sí, responde el espíritu intuitivo, porque la arquitectura civil, la casa, la chimenea, el alpende, están ahí, proclamando de dónde vienen, qué padres estilísticos fueron los suyos: la construcción árabe, que perduró aún más allá de la Reconquista, la construcción gótica, que a ella se unió en su debido tiempo.

Va así reflexionando el viajero, cuando de nuevo aparece el Guadiana ante él, ahora en amplio y pacífico regazo. Es un juego de escondite en el que los dos andan, señal de amor que se experimenta. Justamente, cuando atravesaba el puente, el viajero piensa que un día le gustaría bajar por el río en barco, empezando allá arriba, en Juromenha, hasta el mar. Tal vez se quede en este placer soñado, tal vez se decida bruscamente y acometa la aventura. Entonces se le presenta ante los ojos el Salto del Lobo, oye el clamor del agua, ve claramente las agujas de roca entre la espuma, la muerte posible. En el futuro, va a quedar el viajero observándose, un poco irónico y escéptico, un poco enternecido y esperanzado: a ver si eres capaz.

Más allá, una tablilla apunta el desvío hacia Baleizão. Es tierra sin artes señaladas, pero el viajero murmura: “Ay, Baleizão, Baleizão”, y se lanza al camino. No parará en la aldea, no hablará con nadie. Se limita a pasar. Quien lo vea, dirá: “Mira, un turista”. No se imagina hasta qué punto se equivoca. El viajero respira hondo el aire de Baleizão, va entre dos filas de casas, recoge, de paso, un rostro de hombre, un rostro de mujer, y cuando sale por el otro lado de la aldea, si no se le ve huella alguna de transfiguración, es porque un hombre, cuando tiene que hacerlo, puede disimular mucho.

Poco después, se llega a Beja. Allá en su alto edificada (y aquí, en estos parajes rasos, hablar de altura no es ningún vértigo), la antigua Pax Julia romana no parece venir de tan larga antigüedad. No le faltan, es cierto, vestigios de esas épocas, y de otras más antiguas aún, o de los visigodos después, pero la ordenación de la ciudad, la irreflexión de derrumbamientos y construcciones, una vez más el descuido, y siempre la dramática ignorancia, la vuelven, a primera vista, igual a aglomeraciones de poca o ninguna historia. Hay que buscar, ir al castillo, a Santa María, a la Misericordia, al musco. Por ellos se sabrá que Pax Julia (Baju para los moros, que no sabían latín; después, Baja, y al fin Beja) tiene historia para dar y vender.

Va el viajero primero a la iglesia de Santa María. Dentro no pierde ni gana: de trazo clásico las tres naves, curioso el Árbol de Jessé, pero sin más. Desde fuera, a la vista de quien pasa, Santa María tiene su mejor belleza: la galilea de tres arcos fronteros, blanca como se debe en tierras de Transtaganos, sólo en su color natural de la piedra los capiteles donen se asientan las nervaduras de la bóveda. Esta galilea promete lo que las naves no cumplirán, pero quien entra tiene que salir, y quien dentro se desconsoló, se conforta con la despedida.
(…)

Que Pax Julia acabara en Beja, después de haber servido de trabalenguas a los moros, nada tiene de extraño. Pero que un matadero acabara en iglesia sí que resulta sorprendente. En definitiva todo va en la medida de las necesidades. En Évora se hizo del templo romano matadero, aquí se pensé que la construcción era demasiado bella para servir de carnicería, y, en el mismo lugar donde se sacrificaron carneros a los apetitos del cuerpo, pasó a sublimarse el sacrificio del divino cordero a las salvaciones del alma. Los caminos por los que los hombres circulan, sólo aparentemente son complicados. Mirándolo bien, siempre se encuentran señales de pasos anteriores, analogías, contradicciones, resueltas o con posibilidad de serlo, plataformas donde, de repente, los lenguajes se vuelven comunes y universales. Esta columnata de la iglesia da Misericordia muestra el carácter diferenciado (en el sentido de una apropiación colectiva local) del estilo arquitectónico del Renacimiento cuando es entendido como compatible con expresiones regionales anteriores.

Al viajero le gustaría ver los capiteles visigodos de la iglesia de Santo Amaro, pero esta vez no se aventuró en busca de la milagrosa llave. Se habrá equivocado quizá. Posiblemente le hubiera sido fácil dar con ella, pero si en pueblos pequeños la dificultad es, a veces, tanta, qué será en esta ciudad, distraída con sus preocupaciones, en contra o a favor. El viajero prefirió ir al museo, que es un ver más cierto.

El Museu de Beja es regional y hace muy bien en no querer ser más de lo que eso representa. Así podrá alabarse de que casi todo lo que aquí hay es de aquí o aquí tue encontrado en excavaciones, y en consecuencia doblemente es de aquí. El espacio en que los objetos se muestran, es el viejo convento de la Concepción, o, con más rigor, lo que queda de él: iglesia, claustro y sala capitular. Por estos lugares paseó Mariana Alcoforado sus respiros de carnalísima pasión. Estaba en su derecho, que no hay que meter a una mujer entre las cuatro paredes de un convento y esperar que allí se vaya marchitando sin rebelarse. De lo que el viajero duda es precisamente de estas cartas, es decir: de que sean de mano y mente portuguesa y conventual. Aquello son flores de retórica sensible poco al alcance de una muchacha natural de estos secarrales, aunque fuera de familia bien abastada en bienes, del espíritu y de los otros. Por otra parte, ese gran amor de sor Mariana Alcoforado, si ella fue quien escribió las cartas, no le abrevió la vida: ochenta y tres años anduvo la monja por este valle de lágrimas, y más de sesenta los pasó en el convento. Comparemos esto con las medias de existencia de su tiempo y veremos la ventaja que la monjita de Beja se llevó al paraíso.

El viajero no va a describir el museo. Registrará sólo lo que quedó en su memoria (y las razones son muchas, no todas objetivas, para que la memoria retenga esto y no aquello), por ejemplo las andas de plata de los dos Santos Juanes, el Bautista y el Evangelista, lo bastante pasadas como para fatigar a dos cofradías, y percibe como se instauró aquí una rivalidad entre Juan y Juan, a cual más rico y favorecido, a cual más solicitado en oraciones. En tiempos de Mariana aún no existían estas andas. El viajero no puede, pues, imaginar a la apasionada hermana inventando recados celestes que favorecieran sus mundanales amores, pero no duda que otras monjas, movidas por este lujo de sensuales platas, rogarían quizá a los santos protección adecuada apenas pusieran éstos pie en sus suntuosos tronos.

La sala del capítulo, de bella proporción, con su techo delicadamente pintado, reúne una colección preciosa de azulejos, a la que sólo pueden compararse los de Sintra: azulejos de cuerda seca, sevillanos, tipo de brocado gótico; azulejos de arista, sevillanos; otros valencianos, de Manises, lisos, azules y verdes con reflejos de cobre. Lo que es particularmente notable es la armonía conseguida en estas cuatro paredes por especies diferentes, bien sea en el dibujo, bien en el color, unos del siglo XV, otros del siglo XVI. El efecto de las policromías y de los patrones es de irreprochable unidad. El viajero, que a veces no sabe muy bien cómo combinar unos pantalones y una camisa, se regala con esta ciencia de la composición.

Va luego a ver la pintura, inesperadamente buena en el museo de Beja y no muy citada. La excepción a este desconocimiento es, naturalmente, el San Vicente, del llamado Maestro de Sardoal, o de su escuela. Se trata, sin exageración, de una obra maestra que cualquier museo extranjero haría ascender a los pináculos de la fama. Nosotros, aquí, somos tan ricos en salones, con ese hábito de beber champaña a todas horas, que apenas reparamos en los pasillos del arte. Defienda Beja su San Vicente, porque defiende un tesoro inapreciable. De otras cosas podría hablar el viajero, y era su deber, pero se queda con los Riberas, con la Santa Bárbara, con el maravilloso y florido Cristo, de Arellano, con la muy impresionante Flagelación y, sobre todo, y no por razones de mérito artístico, que son escasas, sino por el humor involuntario de la situación, con la tela setecentista que representa el Nacimiento de San Juan Bautista: la familiaridad, la confusión de personas y ángeles que se agitan alrededor del recién nacido (mientras al fondo, acostada aún, Santa Ana dicta el certificado de nacimiento del hijo) hacen sonreír al viajero de puro deleite. No es mal fardel para el viaje.

Un itinerario así, parece de hombre perdido. Ya de Pulo do Lobo a Beja hizo la ruta del noroeste, y ahora va con rumbo franco al norte, a Vidigueira primero, después a Portel. Por donde pasa, encuentra, y si pide informaciones para el camino, sabe siempre adónde quiere llegar: es, pues, un viajero que consigo mismo se ha reencontrado.

Quien dice Vidigueira dice Vasco de Gama y vino blanco, con perdón de catones que vean falta de respeto en esta aproximación de historia y vaso. Los huesos del almirante de las Indias, se los llevaron a Belém de Lisboa. Queda de su tiempo la Torre del Reloj, donde aún hoy se puede or la campana de bronce que él mandó fundir, cuatro años antes de su muerte, en 1524, en la distante tierra de Cochim. En cuanto al vino blanco, sigue vivo, y promete durar más que el viajero.

En lo alto del Mendro se entra en el distrito de Évora. Portel está dos leguas más allá. Tiene el encanto de las calles irregulares, poco dadas a la recta, y con fachadas que se adornan con hierros forjados. Hay aún portales góticos, otros manuelinos, y algunos viejos edificios, como los Mataderos, con piedras de armas, y la iglesia de la Misericordia, donde, aparte de la tribuna de los miembros de la cofradía, opulenta, se muestra un Cristo muerto, tallado en madera, cuatrocentista, de bellísima factura gótica. El viajero subió al castillo para ver el paisaje y las piedras que allá hubiera. Con las vistas se sintió muy bien pagado: la terraza de la torre del homenaje da directamente al mundo, extendiendo un brazo se llega al final de él. Es lo que tienen estas tierras alentejanas: no engañan; cuanto tienen, lo muestran de inmediato. El castillo es octogonal, dos veces ceñido de murallas, y algunos de estos torreones cilíndricos vienen del siglo XIII y de tiempos de don Manuel I. Hay restos de un palacio de los duques de Braganza, y de una capilla, casi indescifrable todo esto para ojos poco habituados. Otros de mayor experiencia identificarán en estos acordonados el estilo de Francisco de Arruda, que fue arquitecto y contratista de las obras.

(…)

Va ahora el viajero a rematar el lazo que inició en Beja. Baja a Alvito, pero antes de llegar allá aún va a ver lo que puede de la quinta de Agua de Peixes, viejo palacio del siglo XIV modificado por obras hechas en los primeros años del reinado de don Manuel I, por manos de artífices moriscos o judíos, quizá expulsados de Castilla tras la conquista de Granada. Es precioso el alpende de la entrada, asentado en esbeltas columnillas de piedra, con tejado a cuatro aguas, de menos acentuada inclinación la posterior, lo que introduce un estimulante elemento de asimetría. El balcón esquinero tiene una hermosa ornamentación de influencia mudéjar que una vez más hace suspirar al viajero.

En Alvito se prometía fiesta. Nadie en las calles, pero un altavoz proyectaba a todos los vientos, con estridencia insoportable, una canción de título español cantada en inglés por un dúo de voces femeninas y suecas. Allá abajo está el castillo, o palacio acastillado, de rasgos poco comunes en tierra portuguesa, con sus torres de ángulo, redondeadas, y los grandes lienzos de la muralla. Por razones no sabidas, estaban las puertas cerradas. El viajero bajó a la plaza, bebió en una fuente un agua tibia que agravó su sed, pero, como es hombre de suerte, se halló refrescado poco más allá, cuando al entrar en una calle alzó los ojos para averiguar dónde estaba, y vio: Rua das Manhãs. ¡Oh magnífica tierra de Alvito, tierra agradecida que en la esquina de una casa rinde homenaje a las mañanas del mundo y de los hombres, guárdate a ti misma para que sobre ti no descienda otra noche que no sea la natural! El viajero no cabe en sí de gozo. Y como uh asombro nunca viene solo, tras el risueño engaño que le hizo tomar oficina de recaudación de impuestos por capilla, fue a dar con la iglesia parroquial más abierta que jamás se haya visto, tres anchas puertas de par en par, y por ellas entraba la luz a chorros, mostrando que, en definitiva, no hay ningún misterio en las religiones, o, si lo hay, no es lo que parece. Aquí reencontró el viajero los pilares octogonales de Viana do Alentejo, comunes en estas tierras, y el arte de buenos paneles de azulejos seiscentistas que representan escenas sacras.

Por este camino, pasadas Vila Ruiva y Vila Alva, se llega a Vila de Frades, donde nació Fialho de Almeida. Pero la gloria artística de la comarca es la villa romana de São Cucufate, a pocos kilómetros, en medio de un paisaje de olivares y matojos. Un letrero minúsculo al borde de la carretera apunta hacia un camino de tierra: será por ahí. El viajero se siente descubridor de ignorados mundos, tan recatado es el lugar y tan mansa la atmósfera. Se llega en poco tempo. Las ruinas son enormes. Se desarrollan lateralmente en grandes frentes, y la estructura general, de pisos sobrepuestos y robustos arcos de ladrillo, muestra la importancia de la aglomeración. Hay excavaciones en curso, hechas por lo visto con un criterio científico minucioso. (…)»

Notas delViajante

“La vida completa y compleja de alguien, decantada durante siglos, atravesando el olvido de todos los que la rodeaban, llega hasta aquí, condensada en un gesto, palabras y piedra, peso y ligereza.”

Beja

Beja

“Observo los detalles de una figurilla de terracota representando un toro. El cuerpo en reposo, los cuernos alzados ante el mundo, los trazos marcados en la testuz, sobre unos ojos grandes y vacíos, los dos puntos que le abren las fosas nasales, todo eso fue modelado por las manos de alguien que vivió aquí hace mucho tiempo. Los arqueólogos datan esta escultura, expuesta en el Núcleo Museológico de la Rua do Sembrano, en el siglo VI a.C. Pienso en el tamaño de ese tiempo, me pierdo en la lejanía y, sin embargo, cuando observo los detalles de este toro, quizás el dios Baal de los fenicios, siento una estrecha conexión con la persona sin nombre que lo modeló. Dio forma a un rabo elegante y fino, clavado en un cuerpo macizo, animal de terracota, la faz nos permite imaginarlo animado. Camino sobre el suelo de cristal del núcleo del museo, me acerco a las vitrinas, imaginando el pasado del lugar exacto donde estoy, el inicio de esta ciudad o, al menos, visto desde esta hora, lo que me parece ser un inicio.
Pero cuando salgo a la calle, me tropiezo con el día de hoy. Gente caminando por las aceras con pensamientos de ahora, rodeada por el centro histórico de la ciudad. A veces, me parece que Beja se define por ese cruce de tiempos, por todo lo que se ha ido superponiendo a lo que es. Si miramos una hora, acabamos por verla a través de muchas otras, son como filtros, aunque sean sutiles, casi invisibles. Es el caso del arte urbano que rodea a la Rua do Sembrano, con obras de algunos de los autores más conocidos e importantes del país, representativos de lo que se hace hoy en Portugal en este campo, que gozan de renombre internacional. Y, sin embargo, tal vez comparables al toro del núcleo museológico. ¿Cuál de estas piezas resistirá la prueba del tiempo? Esta respuesta es demasiado compleja, no sabemos darla, no depende de nosotros. Alguien aún sin nombre, en el futuro, se planteará otras dudas sobre lo que ahora nos rodea y que, entonces, habrá llegado a sus ojos.
Camino por calles y callejones que conozco bien hasta llegar a la entrada de la Biblioteca José Saramago. En lo alto de las escaleras, antes de la puerta, hay dos columnas de libros de piedra. Nuevamente, la pregunta: ¿qué será más duradero, las palabras o la piedra? De nuevo, la falta de respuesta. Somos demasiado pequeños para cuestionar el tiempo, incluso cuando nos permitimos ciertos atrevimientos, otra forma de ignorancia. Una biblioteca, sin embargo, propone otras reflexiones. En cada uno de estos libros, en las lecturas que ofrecen, hay mucho más que el tiempo de los relojes. Aquí, las horas se multiplican. Las páginas abiertas sobre las mesas, las que salen de aquí y se abren en las casas de Beja, poseen un tiempo propio. Por eso, un día aquí es más que únicamente un día, un año es más que únicamente un año. Aquí, el tiempo es la multiplicación del tiempo. José Saramago da nombre a la biblioteca y su Viaje a Portugal es uno de esos libros que contienen tiempo. Y espacio. El nombre de un autor es el nombre de esta casa de libros y, al mismo tiempo, las páginas de su libro incluyen Beja. Quizás los misterios del tiempo puedan explicarse así: alguna cosa está dentro de otra que, a su vez, está dentro de la primera.
Esta paradoja puede servir para describir el Museo Regional de Beja, que acoge piedra y palabras, como la cabeza de mármol que pudo haber pertenecido a Julio César, y el bulto transparente de Mariana Alcoforado, sombra de páginas escritas. Pero también la sala capitular, el claustro, o los sonidos de la ciudad mientras realizamos la visita, obligados a traspasar las gruesas paredes del convento, como si llegasen de muy lejos.
En el Núcleo Visigótico del museo, en la Iglesia de Santo Amaro, entre muchas otras piezas, encuentro una lápida con palabras grabadas en piedra que, aún hoy, conmueven a quien las lee. Hablan de Maura, muchacha fallecida a los quince años, sobrina de la que escribe y lamenta su destino. Este dolor nos llega desde el año 665, 29 de julio. La precisión del día, ambición de los hitos, añade ambigüedad a la percepción de todo el tiempo que nos separa de esa fecha. La vida completa y compleja de alguien, decantada durante siglos, atravesando el olvido de todos los que la rodeaban, llega hasta aquí, condensada en un gesto, palabras y piedra, peso y ligereza. Como cuando subimos a la torre del Castillo de Beja y, desde allí arriba, contemplamos el horizonte en todas direcciones. Estamos en lo alto de una torre de homenaje de casi cuarenta metros de altura, toneladas de piedra gótica, apiladas desde el siglo XIII, y nuestra mirada se lanza a distancias desmedidas, sin peso, inmaterial y, aun así, tangible.”
José Luís Peixoto

Que visitar

Consejos paraBeja

En el viaje revisitado de José Luís Peixoto, estos fueron algunos de los lugares destacados por su mirada y por su escritura.

Pulo do Lobo

Pulo do Lobo

“Guardar silencio, escuchar con atención los sonidos de la naturaleza. No son ruidos, también ellos son una forma de silencio. Las rocas, el agua, el sol, las nubes, éste es un lugar de elementos esenciales. Esculpidas como las rocas, nubes blancas en el cielo azul, colores limpios, tan solo las nubes suficientes para amenizar este día, para hacer soportable este sol, el mismo que quemó todas las hierbas, pastos y mieses en el camino hasta aquí. Y el agua, claro, el chorro permanente de la cascada.
En este paisaje, el ser humano no ha dejado más que leyendas: amor prohibido de princesas y campesinos, maldiciones de reyes y de brujas condenando ese amor, transformando al enamorado campesino en un lobo también enamorado. En otro lugar, habrían vivido felices para siempre, pero aquí, en este paisaje dramático, el precipicio fue más fuerte. En silencio, al escuchar esta agua, entendemos la fatalidad de ese final, nada puede detener al río.
O tal vez fue solo lo estrecho de la distancia que separa ambas orillas, que permitía el paso de los lobos a salto. Animales de mala fama en las leyendas y, sin embargo, fieles a su instinto, también ellos necesitados de matar la sed, puros como esta naturaleza.”

José Luís Peixoto

Descubra más

Best ofBeja

Se cree que la ciudad de Pax Julia fue fundada por Julio César o Augusto. Además de los detalles romanos, visigóticos, góticos y monárquicos, las leyendas ensalzan a la monja Mariana Alcoforado, personaje histórico que se enamoró de un soldado, y al toro como símbolo del escudo de la ciudad y del patrimonio conservado en los museos y monumentos de Beja.
Centro Museológico de Rua do Sembrano

Centro Museológico de Rua do Sembrano

Con un vasto núcleo de materiales arqueológicos, recogidos durante las excavaciones, este espacio acristalado se abre a la ciudad para permitir a sus habitantes y visitantes acercarse a los 2.500 años de la historia de Beja. Además del patrimonio que se desvela bajo sus pies, se expone el mítico toro de Cinco Reis, una escultura de cerámica conservada hasta nuestros días.

Museo Regional de Beja y Núcleo Visigótico (Iglesia de Santo Amaro)

Museo Regional de Beja y Núcleo Visigótico (Iglesia de Santo Amaro)

Fundado por los Infantes D. Fernando y D. Brites, el Convento de Nossa Senhora da Conceição alberga el Museo Regional de Beja y se ramifica entre la suntuosa iglesia el histórico claustro, la imponente Sala Capitular y todos los espacios anexos. Aquí se encuentra la 'ventana de Mértola', a la que se refieren las legendarias Cartas de Amor de la Madre Mariana Alcoforado, un amplio elenco de pintura, una colección de orfebrería y varias piezas de arqueología. El Núcleo Visigótico, instalado en la Iglesia de Santo Amaro, alberga una importante colección del periodo de ocupación del territorio por los visigodos.

Museo Regional de Beja y Núcleo Visigótico (Iglesia de Santo Amaro)
Plaza da República (Pórtico de la Iglesia da Misericórdia)

Plaza da República (Pórtico de la Iglesia da Misericórdia)

Reedificada a petición del rey Manuel I, hijo de los Infantes, fundadores del Museo Regional de Beja, es la zona porticada en la que se centra el comercio y a partir de la cual se ramifican los servicios de la ciudad. Los historiadores señalan la plaza como la antigua ubicación del foro o plaza principal de Pax Julia. Paseando por el centro se puede contemplar el Pelourinho de Beja y el Pórtico de la Iglesia da Misericórdia.

Plaza da República (Pórtico de la Iglesia da Misericórdia)
Plaza da República (Pórtico de la Iglesia da Misericórdia)

Calles del casco histórico + Arte urbano

Calles del casco histórico + Arte urbano

Pax Julia está llena de patrimonio y callejones llenos de historias, pero también de notas de arte contemporáneo que permiten mirar la ciudad desde otras perspectivas. Se puede hacer un recorrido de arte urbano por la ciudad y contemplar un sinfín de aspectos estéticos y procesos creativos, plasmados en las obras de azulejos, esculturas en las paredes o instalaciones artísticas de las principales calles de Beja.

Calles del casco histórico + Arte urbano
Calles del casco histórico + Arte urbano

Biblioteca Municipal de Beja - José Saramago

Biblioteca Municipal de Beja - José Saramago

Fue la primera biblioteca nacional en llevar el nombre del Premio Nobel de Literatura José Saramago, en 1998, sin embargo, fue fundada en el siglo XIX en el Palacio Episcopal, antes de ser trasladada a la actual ubicación. Además de promover una atractiva programación cultural, impulsa la Festa da Palavra Contada de Beja (Festival de la Palabra Contada), Palavras Andarilhas (Palabras Errantes), e invierte en sectores como el infantil y juvenil, el multimedia y el audiovisual.

Biblioteca Municipal de Beja - José Saramago
Biblioteca Municipal de Beja - José Saramago

Próximoviaje

Alcoutim

Haga scroll para continuar

SCROLL

Beja -